El camino hacia la independencia de Almería

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 31 mar. 2019

Almería siempre ha sido una colonia; un territorio dependiente de otras geografías cercanas; una periferia carente de poder, ausente de servicios y llena de olvidos. No estoy viajando en el tiempo a un pretérito imperfecto en el que apenas llegaba a ser algo más que un escenario de disputas entre el Reino de Granada y el levante español. Estoy recorriendo el último siglo.



Uno de esos tramos que consolidan esta percepción colonial lo recorrí el jueves durante un encuentro con representantes de los colegios profesionales de Almería organizado por este periódico. Seguía con atención sus planteamientos profesionales y, en un momento, sin premeditación y ni alevosía, de forma natural, los responsables de la administración de Fincas y de Aparejadores aludieron a su pasada dependencia de los colegios oficiales de Granada y de Murcia. Me sorprendió tanto esta dependencia que no pude evitar caer en la tentación y preguntar al resto de representantes si la organización colegial a la que pertenecían también había sido un territorio de ultramar dependientes de otras provincias. La respuesta fue sorprendente: Abogados, Graduados Sociales, Ingenieros Técnicos Agrícolas y Gestores Administrativos lo fueron de Granada; el colegio de Dentistas, de Murcia y el de Economistas, de Sevilla. Los colegios que agrupaban y agrupan a miles de profesionales que proyectan sus conocimientos en el cuidado y en la mejora de las condiciones de vida de los almerienses tuvieron su origen en otras provincias.



Unos segundos después caí en la cuenta de que lo sorprendente de mi sorpresa desvelaba mi torpeza. La dependencia colegial mantenida hasta hace pocos años era un capítulo, un solo capítulo más de esa acumulación de dependencias que hicieron de Almería la colonia a la que aludía en la primera frase de esta Carta. Porque, si recorremos el recuerdo, Almería, hasta hace apenas veinte años, siempre ha sido dependiente. El cuidado de la salud cuando las cosas se ponían serias, el aprendizaje cuando había que cultivarlo en la universidad o las compras de mayor cuantía había que buscarlas en Granada; la comercialización de nuestros primeros productos bajo plástico dependieron, durante años, de los intermediarios murcianos y las decisiones importantes tuvieron -y tienen todavía- su sede extramuros de nuestros límites geográficos. Aquí solo habitó el olvido de quienes allí estaban, la indiferencia de los que aquí vivíamos y la indecencia (y sálvese el que pueda) de los que aquí decían mandar y nunca levantaron la voz con la sonoridad (seamos elegantes en la expresión) con la que debían haberlo hecho; un silencio tan sonoro como los retrasos con que siempre hemos llegado a las grandes citas como la modernización de las infraestructuras y los servicios públicos.



Afortunadamente la llegada de la democracia modificó ese estatus colonial y hoy es Almería la que puede mirar a sus entornos en un plano de igualdad. Todavía hay una agenda de carencias por satisfacer, pero ya no somos aquella periferia fronteriza alejada de todos y de todo.



Durante los últimos cuarenta años los almerienses han ido transitando, paso a paso y sin saberlo quizá, por el camino de la independencia buscando la tierra prometida que nadie prometió, pero con la que todos los pueblos sueñan. Almería encontró esa tierra en el desierto y en el despertar innovador de quienes quisieron romper con la resignación y la melancolía, tan cercana a nosotros y que tanto daño nos ha hecho.



El camino ha sido largo y, como en el viaje de a Itaca de Cavafis, lleno de aventuras, lleno de experiencias, pero con más esperanza que temor a las dificultades porque, como los cíclopes, los lestrigones y el salvaje Poseidón del poeta griego, no existen adversidades insalvables “si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti”.



Ahora lo que hay que hacer es continuar ese camino hacia la independencia pero recorriéndolo junto a quienes nos rodean. Ni colonia de ultramar entonces ni isla solitaria ahora. Hagamos unidos la travesía hacia esa Itaca irrenunciable porque, juntos, llegaremos más lejos. Pero de igual a igual, no dependiendo de nadie. De nadie.   





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